¿Porque arrebataste un día
la vida con esa saña,
a un hombre que pretendía
quitar del mundo la escarcha?
Te revestiste de noble
honor sobre las medallas,
sin importante la sangre
que por tu culpa manaba.
Dictador de tres al cuarto
patética gesta humana,
que te sacias del poder
aferrado a la guadaña.
Te mueres en amplio lecho
ungido de formas sacras,
la mentira de este mundo
va cubriendo tus espaldas.
Solo me queda esperar
que en ese cielo que aclamas
la justicia sea justa
sin pretensiones mundanas,
y pagues por ese crimen
que cometiste sin alma.
Que aun quedan en esta tierra
seres que solo pretenden
no olvidar que le mataste
mientras daba la palabra,
clamando por sus hermanos
en el altar, justo al alba.
A monseñor no lo olvido
ni sus gritos de esperanza,
que acallaste con empeño
en tu torpeza más baja.
Sigue escuchando su grito
de vivir en un mañana
el pueblo salvadoreño
lleno de paz, sin batalla.
MARIA LUISA BENEDICTO GIL MARZO 2010
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