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miércoles, 9 de marzo de 2011

A unas vidas irrepetibles

A cincuenta y cuatro vidas irrepetibles, de las que treinta y cuatro son mujeres,  las cuales merecen unas líneas para el recuerdo, valgan como ejemplo la historia de unas pocas de esas vidas, la carta es larga lo sé, sin embargo que son cinco o diez minutos de lectura para tantas experiencias acumuladas por esas personas, os aseguro que nada:
Este pequeño homenaje es para todas las personas mayores que por diferentes motivos de los cuales yo no soy quien para juzgar, un día dejaron sus casas, sus recuerdos, sus familias, todo,  para incorporarse a una vida diferente, un nuevo hogar, gentes nuevas, habitaciones compartidas con personas hasta ese instante desconocidas, momento que para ellas supone el comienzo de la cuenta atrás de su trayecto vital, en esa nueva vida, no solo hay tristeza, melancolía y todos esos sentimientos que por desgracia son ciertos, también hay resquicio para la alegría, los chistes y sobre todo para el amor, amor con mayúsculas, amor en esos ojos cansados que tratan de reencontrar las vidas que dejaron atrás, los besos que entregaron, las caricias que obsequiaron a los que tanto quisieron, padres, hermanos , cónyuges, hijos, nietos etc.… pero eso pertenece a cada uno, allí lo único que demandan es un poco de cariño, una bien ganada cuota de bienestar y como no, mucho respeto. Por eso vais a permitir que cambie los nombres, no las historias que son una amalgama de nuestras propias historias, solo que muchos de ellos ya no las comparten con nadie, desde hace años les acompaña un inseparable “amigo” al que no dieron licencia para acercarse a su vida, pero que implacablemente se aferro a su mente adueñándose de su memoria, ese compañero tan poco recomendable tiene un nombre, “Alzheimer”
Al llegar a la residencia tengo que reconocer que mi corazón comenzó a latir con fuerza, por primera vez iba a conocer el interior de un edificio donde muchas personas en el ocaso de sus vidas esperan resignadas a que llegue su final, seres maravillosos que con tanto cariño nos reciben, cualquiera que como yo entra por primera vez en esa realidad, siente como su afecto se queda invariablemente con nosotros, porque son seres humanos irrepetibles, con su genio, a veces mejor, otras no tanto, sus sonrisas o sus lagrimas y es en ese momento cuando de verdad te das cuenta de algo tan complejo como ¿Qué es la vida?
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El primer contacto es duro, recuerdo la primera noche, después del primer día, mi cabeza obstinada en recordar vuestros rostros, vuestros nombres, reconozco que esa experiencia me marco, creo sinceramente que al igual que a mí, a ellas, mis compañeras les ocurrió lo mismo, sentimos que durante esos días entrar por la puerta de vuestra “casa” supuso darnos de bruces con la realidad, compartir vuestro día a día, emocionarnos con vuestras historias, escucharos y recibir con mucha emoción los caramelos, casi siempre “pictolines” que con tanto cariño nos obsequiabais, que equivocado están muchas personas que solo ven en ese otro “hogar” un espacio que le es ajeno, tarde o temprano muchos de los que ahora lo menosprecian por desconocimiento, claro está,  llegaran por imperativo de su vida a uno similar, para al igual que vosotros esperar a que llegue esa compañera que tenemos siempre junto a nosotros, tan cercana como una segunda piel, tan real, como temida, pero que por desgracia de ella no podemos prescindir, como decía alguien a quien conocí muy bien, “esa” te espera desde el momento en que ves la luz.
Cuando al día siguiente me toco hacer camas, me llamo la atención aquella imagen de las habitaciones tan vacías, ellas dan buena cuenta de lo que es la realidad a la que estamos avocados, algo de ropa, algún recuerdo y sobre todo unas pocas fotografías sobre la mesilla, eso sí, muchos pañales, que curioso, como le dice Daisy a Benjamín Button, cuando el protagonista Benjamín horrorizado por su inminente paternidad, siendo como es un hombre que va en sentido contrario al resto de los mortales, teme afrontar lo que el futuro le depara, y ante esa preocupación su esposa le tranquiliza, “Cielo, todos acabamos con pañales” esa es la terrible realidad, tantas cosas que nos rodean, tantos objetos acumulados a lo largo de la vida, para finalmente reducir todo a unas fotos, algún pequeño recuerdo y  a unos  pañales.
                                                              La foto de María era la del día de su boda, el, capitán de infantería de marina, muy elegante con su uniforme de gala, ella de blanco muy guapa, María ya solo balbuceaba palabras sueltas, frases incoherentes, algunas veces canturreaba una canción, allí decían que era esa que dice “”El día que me quieras, desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos miraran pasar ”…las chicas que la conocieron cuando su “amigo” todavía no se había adueñado de su memoria  me contaron que tuvo siete hijos, su marido se marchaba por esos mares y al regresar, ella le esperaba en el puerto de Cartagena con los niños, algunos de los cuales el padre conocía cuando ya tenían unos meses, rara vez estuvo en los partos ,su actividad profesional se lo impedía y María afrontaba ese feliz momento sola con la incertidumbre evidente de tener a su  compañero muy lejos.
Ramón salía cada día al jardín en su silla de ruedas a leer el periódico, entraba a comer contándome cosas de la actualidad que había conocido a través de las hojas de su inseparable  “Levante”, un día me confesó que toda su vida había sido anarquista, fue sindicalista en la RENFE y siempre lucho por la libertad, se caso con Amparo y tuvo una hija que murió de parto llevándose con ella a su único nieto, tenía dos sobrinos que iban a verle todos los meses, le llevaban libros, que una vez leídos incorporaba a la biblioteca del centro, es el mejor amigo de Julián, viudo desde hace dos años de su Dolores la mujer de su vida, alcalde de pueblo durante dieciocho, cuando los primeros ediles no se elegían por sufragio universal, franquista hasta la medula y cuya relación con el anarquista era de los más elocuente, ambos discutían los avatares por los que discurren la vida política actual y era gratificante ver a Julián acompañar con su bastón el lento transcurrir de las horas junto a su en otro tiempo enemigo acérrimo, ninguno cambiaba un ápice sus convicciones, pero en el fondo eran muy amigos, toda una lección.
Angelita era especial, también estaba acompañada de ese “amigo” tan poco deseable, nos llamaba “señoritas” “señoritas”, tan dulce, amable, sensible, todos los días cuando la llevaba con su silla al lugar donde pasaba las horas interminables de la tarde, me preguntaba, ¿Señorita, le ha contado que nací en la Habana? yo respondía que no e invariablemente comenzaba su relato, solo eran unos minutos, lo suficiente para que ella sintiera en un momento de lucidez que había alguien a la que su historia, tantas veces repetida  le importaba, después me daba un beso diciéndome “muy amable, señorita” y  hasta mañana en que volvería a relatarme las mismas cosas, los mismos nombres, los mismos lugares.
Juan y Rosa eran un matrimonio muy especial, siempre cogidos de la mano, el, tapándola con mucha ternura para que, como decía “ no se constipe que luego le baja al pecho y… no me deja dormir de tanto que tose”, ella protestaba pues según su versión de los hechos la que no dormía desde hace años era ella con los ronquidos de su marido, Juan lo negaba visiblemente alterado, como era posible que lo acusara de algo semejante, llevaban cincuenta y nueve años casados, tres hijos, aunque solo vivían dos, al pequeño se lo llevo la tos ferina siendo muy niño, ahora estaban bien, “escacharraos” pero junticos, que en definitiva según ellos era lo más importante.
Isabel, Carmen, Luís, Rafael, tantas otras vidas o Sara, “como la Montiel”, según ella fue tan guapa como la manchega solo que se había dedicado a su Pepín, pescador de la Malvarrosa y a sus diez hijos, en lugar de hacer películas como la actriz del “Fumando espero…”, de aquella belleza quedaba muy poco, apenas nada,  sin embargo sus enormes ojos negros daban buena cuenta de lo que Sara, la de Valencia, había sido durante su longeva vida, una guapa mujer, una maravillosa esposa y una madre excepcional.
Cada mañana cuando entraba a tu habitación, el silencio lo envolvía todo pues esa estancia era como la de las otras a las que como a ti, el ya sabes, había anidado en tu mente de manera implacable, tu deterioro tanto físico, como mental era ostensible, apenas movías la cabeza, sobre la mesita tenias la foto de tu marido, era un tipo guapetón, no debía tener más de treinta, yo la cogía y la miraba haciendo hincapié del buen mozo que te enamoro, tu no hacías ningún gesto, tu mirada perdida hacia que mis palabras no fueran contigo, así un día  tras otro. Llego el momento de la despedida, al entrar os dije tanto a ti como a Adela tu compañera que era el ultimo día que pasaba en la residencia, los días de prácticas se habían terminado y volvería pero de visita, de nuevo cogí la foto de tu hombre, volviendo a resaltar el buen gusto que tuviste y lo enamorada que debiste estar de él, ayude a asearte, a vestirte y a ponerte la colonia esa que olía tan bien que te traía tu nieta Carla cada vez que venía a verte desde tu Barcelona natal, te sentamos en tu silla y después del beso de rigor como cada mañana, me dispuse junto a la auxiliar a salir hacia otra habitación a continuar con la tarea, de pronto algo me hizo volver, eras tú que susurrabas algo, me acerque pues me sorprendió, no hablabas desde hace años no entendía lo que querías decir, cuando estuve a tu altura volviste a pronunciar ese nombre…Julio, Julio, en ese instante sentí mil sensaciones, mi corazón seguro que eligió la faceta de la emoción para dar buena cuenta de lo que sentí, Julio era el nombre de tu marido, ese hombre de la foto y por un pequeño instante Encarna venciste a ese “amigo” que tuvo que resignarse pues en un recóndito lugar de tu cerebro hubo por un instante la lucidez suficiente para volver a llamar al hombre de tu vida y que yo no me marchara sin saber que el dueño de tu corazón se llamaba ...Julio.
Ahora pasado el tiempo, no mucho también es verdad, el reloj de la vida se ha parado inapelable para ti y algunos más, durante vuestro caminar habréis tenido aciertos, fallos, alegrías y penas ¿y quién no? Pero ahora en el ocaso de vuestra historia y de las cientos, miles de historias que como vosotros vivís los últimos momentos de la vida lejos de vuestras familias y vuestro entorno, por diferentes motivos que como he dicho no soy quien para juzgar, solo toca recibir  un poquito de cariño, por eso no puedo sentir más que tristeza por quien siendo todavía joven cree que nunca va a ser lo que vosotros sois, sintiendo rechazo por los mayores, quizá ellos no se han percatado de un pequeño detalle, si no se va con esa “amiga” pronto, cosa nunca  deseable, llegaran a vuestra edad y espero que en ese momento cuente con personas como las que os cuidan con tanto mimo iguales a las que yo conocí durante un mes de mi vida.
Un beso enorme para todos y hasta siempre.
                                          María

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